septiembre 26, 2006

Pornografía, Cosmos y Obsesivos días circulares:

Ecos de Gombrowicz en la novela de Sainz

Por Carolyn Morrow

Gustavo Sainz ganó un público internacional con la publicación de su primera novela, Gazapo, en 1965. La obra del autor de veinticinco años de edad llegó a representar, como ha notado un escritor-crítico, “un punto de transición en la narrativa mexicana.”1 La muy anticipada segunda novela de Sainz, Obsesivos días circulares, publicada en 1969, fue una desilusión para muchos. Aunque retiene varias de las técnicas estructurales y del lenguaje popular de Gazapo, la segunda novela resultó para algunos nada más que un relato desagradable del voyeurismo escrito en un estilo excesivamente hermético. Obsesivos días circulares es en efecto una novela menos accesible que Gazapo debido tanto a sus abundantes alusiones literarias y culturales como a su estructura fragmentada. Sin embargo, la aparente impenetrable complejidad de la obra disminuye considerablemente si el lector se acerque a ella con el conocimiento de algunos de los escritores que han tenido una influencia literaria en Sainz. Especialmente útil para un entendimiento de la obra es una familiaridad con las novelas del autor polaco Witold Gombrowicz (1904-1969). Examinada bajo la luz de las ideas de Gombrowicz, Obsesivos días circulares no resulta ser tan distinta de Gazapo y de las otras obras posteriores de Sainz, La princesa del Palacio de Hierro (1974) y Compadre Lobo (1978). De hecho, comparte muchas de las mismas preocupaciones básicas de éstas cuanto al hombre y la sociedad.

Gazapo inauguró lo que se conoce como el movimiento de la Onda en la literatura mexicana. Sainz y José Agustín, cuyas primeras novelas La tumba y De perfil aparecieron en 1964 y 1966 respectivamente, se hicieron los más prominentes de un grupo más o menos unido que escribía sobre las inquietudes de la juventud urbana. Sainz insistió en que no podía seguir en el mismo camino de Rulfo o Arreola: “Yo era un niño urbano que no conocía el campo, que a los 18 años nunca había visto una vaca, y a quien los problemas de la revolución no le tocaban.”2 Lo que sí les importó a Sainz y a los demás era una representación más fiel del estilo de vida, de los valores y del lenguaje de los adolescentes y adultos jóvenes no solamente de la Ciudad de México, sino también en el mundo occidental. Según José Agustín, el único punto de convergencia entre los onderos era su afición al rock and roll y no una determinada ideología, modo de vestirse, drogas o jerga.3 No obstante, Gazapo, en el proceso de celebrar el rito de pasaje de su protagonista, Menelao, revela aspectos de la nueva conciencia que sería manifestada después en el movimiento estudiantil de 1968. Sus adolescentes, como los de La princesa del Palacio de Hierro más tarde, representan una subcultura particular en oposición a la cultura de la mayoría. Como ha declarado Emmanuel Carballo: “Entre la risa y la blasfemia ellos anulan todo lo que era sagrado: los sistemas políticos, las doctrinas económicas, las costumbres tradicionales, la moralidad, la religión, el sexo, la familia, la bandera, los militares y, sobre todo, la novela misma.”4

Los personajes y acontecimientos de Obsesivos días circulares, también situada en la Ciudad de México, son inicialmente mucho menos atrayentes que los de Gazapo. El personaje principal y narrador de la novela es Terencio, quien es mayor aproximadamente por una generación que Menelao y sus amigos. Terencio es el portero de una escuela privada para niñas, un supuesto novelista y el marido de una joven segunda esposa, Donají. Debajo de ellos reside una pareja rara, el gordo Sarro y la bella Yin, junto con su hermana adolescente, Lalka (también conocida como Trusa). En un edificio adjunto a la propiedad hay un espejo transparente que da al cuarto de vestir de la escuela de muchachas. Es desde aquí que Terencio funciona diariamente como anfitrión para un grupo de visitantes varones que observan a las adolescentes desprevenidas en el acto de vestirse y desvestirse. El dueño de la escuela es Papá la Oca, siniestro empleado de un ministerio, semi-gangster y chantajista del grupo de voyeuristas de mediana edad. Entre sus tareas, Terencio lee, se baña por horas con Donají y espía a las muchachas o los vecinos por mirillas que dan al apartamento de abajo.

No obstante su abundante erotismo y voyeurismo, Obsesivos días circulares es básicamente un relato de la desintegración psíquica de Terencio. En la primera parte de la obra se identifica a sí mismo como "misántropo, hosco, jorobado, pudrible… gris… tímido."5 Su estado psicológico varía entre aburrimiento e indiferencia por una parte y fantasías eróticas por la otra: “Ya otras veces me había invadido ese cansancio general, bueno no exactamente cansancio, sino esa lasitud, esa proclividad al ocio” (121). Luego dice, “Quiero salvajemente a Trusa. Deseo violarla, descuartizarla” (148). Mientras divisa Lalka/Trusa por una de sus mirillas, se pregunta “si [ella] hubiera advertido el hoyo observatorio y cautelosamente y por sorpresa, con una larga, dura y afilada aguja de tejer me hubiera perforado el ojo” (148). En otra ocasión Leticia, su primera esposa, le dice con asco: “apenas dejo de martirizarte me llamas, eres un masoquista de primera” (175). De esta manera, percibimos a Terencio encarándose a sí mismo a través de una división interior. No tiene identidad estable y se siente divagando entre los sucesos: “Me siento alegre pero al mismo tiempo aterrado…inútil, cansado, sucio de remordimientos… insatisfecho” (207). La enajenación adolescente natural y vital de Gazapo es reemplazada aquí por un áspero sentido de dislocación en la sociedad.

La dificultad para leer la novela, en buena parte, es a causa del modo narrativo. El prolongado monólogo interior de Terencio revuelve personas y situaciones, presente y pasado. Además, todo el diálogo es incorporado a un monólogo sin utilizar puntuación clara. Como resultado, el lector tiene que saber identificar los varios personajes por sus maneras de hablar. La de Sarro es a menudo sin gramática y entrelazada con expresiones de inglés; la de Leticia está llena de obscenidades. Otra técnica, los múltiples juegos y trucos lingüísticos, puede resultar en un obstáculo para algunos lectores. Terencio inventa continuamente apodos indicativos de sus sentimientos hacia los demás. Sarro es Gordofofo, Gordopótamo, Inflado, Paquidérmico, para mencionar unos pocos. Lalka se convierte en Trusa, Nombre de Hada, Haducha, Cuerpecito de Paraíso. Molestado con Yin, Terencio declara: “hoy todo parece confabulares para problematizar cada nuevo Yintricado Yinstante” (249). En ésta y en varias otras ocasiones Terencio es a la vez atrayente y gracioso, de manera que su desintegración psíquica provoca pena en el lector. Es además, sugiere Sainz, un destino que pueda acaecer a cualquier de nosotros. Mientras Terencio saca secretamente fotografías del grupo de voyeurs, comenta sobre ellos y sobre el hombre en general: “en la foto…se ven demasiado estúpidos, demasiado cobardes, demasiado capaces de contentarse con un espectáculo que no los colma, demasiado como nosotros mismos” (217).

Aunque Sainz ha dicho que considera Obsesivos días circulares una “novela de lenguaje”—y es efectivamente una obra de extraordinaria ingeniosidad lingüística--,otros tal vez la califiquen más como una novela de literatura.6 La abundancia de alusiones literarias—se mencionan más de cincuenta autores—probablemente presenta el obstáculo más formidable para muchos lectores. Las alusiones son indispensables, sin embargo, porque representan el elemento básico de expresar la creciente enajenación de Terencio, de sí mismo y de la sociedad. Característicamente, mientras está detenido en un embotellamiento de tránsito en la Ciudad de México, medita en “La autopista del sur” de Cortázar. Se da cuenta de estar sufriendo la misma enajenación del mundo mecanizado de los choferes que se apresuran adelante “sin que ya se supiera bien por qué tanto apuro, por qué esa carrera en la noche entre autos desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante.7 La literatura representa el mundo hacia el cual Terencio se escapa mientras se siente cada vez más encerrado dentro de sí mimo y apartado de Donají. En cierto sentido, es una especie de Menelao mayor, uno que no ha podido adaptarse a las condiciones de la madurez. Hacia el final de la novela, hace un comentario clave sobre su malestar: “Terminada la adolescencia no hay más que cretinez, los mismos chistes verdes, la lujuria insatisfecha, iguales trampas de la memoria y el miedo, eso sí, mucho miedo, pánico de los acreedores, de la menopausia, de la muerte o de la impotencia” (300-301).

Es en su aversión al envejecimiento que Terencio se parece a un personaje de Pornografía (1960) de Gombrowicz. En la novela polaca dos hombres de mediana edad, Frederick y Witold, visitan una casa de campo hacia donde son violentamente atraídos por Karol, una muchacha de dieciséis años. Con el tiempo, para consolidar las relaciones eróticas—Frederick y Witold también son apareados el uno con el otro—Frederick, además, maniobra un par de asesinatos. Witold opina acerca de la motivación para los actos finales: “el pecado, íntimo, secreto y vergonzoso, nos permite penetrar tan profundamente en la existencia de los demás como el acto sexual nos permite penetrar en sus cuerpos.”8 En otra parte reflexiona que “el humo que surge de este encerramiento mágico [la adolescencia] nos envenena más y más y, exasperado por la indiferencia de las dos niñas, se nos ocurre que, a falta de posesión física, el pecado compartido, puede enlazarlos juntos y--¡oh regocijo!—puede enlazarnos a nosotros con ellas, como cómplices, a pesar de la diferencia de nuestras edades.”9

Igual a Terencio, los dos pornógrafos son estimulados por las posibilidades de sexualidad adolescente, pero asustados y turbados por su propia vejez: “Estamos unidos en un deterioro,” declara Witold, “la melancolía y el asco presidieron nuestra fraternización.”10 En otra ocasión proclama: “Después de los treinta años los hombres recaen en la monstruosidad. En su juventud, toda la belleza del mundo estaba en su lado. Yo, adulto, no pude encontrar refugio en mis camaradas, los adultos, porque me rechazaron. Me empujaron hasta el otro lado.”11 Tanto Frederick como Witold están obsesionados con “el otro lado y Henia y Karol dicen: “La gracia estaba en la otra orilla…Todo lo que vino desde allá tenía algo seductor, encantador, voluptuoso.”12 Aunque Terencio se niega a envejecerse de la misma manera que ellos, no es, sin embargo, perpetrador de perversiones sadoeróticas. Al contrario, mientras experimenta fantasías con respecto a Yin, se inquieta: “Sentí que mi cabeza se llenaba de ensordecedores fantasmas” (170). Además, como observa Leticia, su condición es más la de un masoquista. Pornografía y Obsesivos días circulares también se diferencian mucho en cuanto a lo que cada obra presenta como el resultado final de esta enajenación extrema de mediana edad. La escena final de la novela polaca revela el cuarteto erótico sonriendo triunfalmente en la complicidad del pecado. En el mundo de moralidad más tradicional de Sainz, Terencio es castigado por sus vicios.

Hay una sola instancia en que Sainz cita a Gombrowicz como parte de su novela: “No creo en ninguna filosofía no erótica…no me fío de ningún pensamiento desexualizado” (77). La cita viene de una entrevista con el escritor polaco que apareció tanto en el prefacio para la mayoría de las ediciones de Pornografía como en la obra anterior del autor Diario argentino.13 Junto con los temas de voyeurismo y del enamoramiento perverso de viejos por adolescentes, hay otro aspecto de Obsesivos días circulares que evoca Gombrowicz—y específicamente su última obra, Cosmos (1965). Cosmos muestra como su preocupación mayor, como ha señalado Ewa M. Thompson, “un cuestionamiento en cuanto a la cordura y las afirmaciones de los hombres acerca del mundo.14 En la novela Gombrowicz presenta un universo arbitrario en que las reglas y normas que dirigen a los hombres son elegidas al azar, ya que para cualquier acontecimiento hay un número infinito de explicaciones posibles. En cierto punto el narrador proclama: “pero el laberinto estaba extenuándose, había tanta proliferación, tanta profusión de objetos, lugares y eventos. ¿Cada palpitación de nuestras vidas no está compuesta de miles de millones de fragmentos minúsculos? Entendido esto, ¿qué es lo que uno puede hacer?”15 De su manera Cosmos pinta un mundo tan curioso como el de Pornografía. En otra ocasión el narrador argumenta: “así que estábamos enamorados, ella me amaba a mí tanto como yo le amaba a ella, de eso no cabía duda, porque si yo tenía ganas de matarla, era preciso que ella estuviera enamorada de mí.”16 Sin poder comunicarse los unos a los otros, los personajes de Cosmos encuentran en el sexo nada más otra manera de afirmar la soledad y la frustración humanas.

La desorientación, aislamiento y miedo que llega experimentar Terencio corresponden al ambiente de Cosmos. El protagonista de la novela de Sainz percibe el mundo que lo rodea como igualmente amenazante. Cree que el patio de recreo de la escuela se parece a “un paisaje ubicable entre El Alguacil Alguacilado y Las Zahurdas de Plutón” (257-258). En otro momento comenta sobre “la puerta inocente y el patio amenazador, como campo de concentración” (292). El trasfondo filosófico para la angustia de Terencio también se proyecta como igual al de Cosmos. La primera frase de Obsesivos días circulares evoca la esencia arbitraria del universo. Aquí Terencio medita “la ambigüedad de un acto cotidiano, contingencia o manera de ser” mientras observa a Sarro y Yin en el acto de hacer el amor (11). Al mismo tiempo que aumentan en él las sensaciones de enajenación y terror, Terencio busca una vez más escabullirse en la literatura. Pero se enreda en una maraña de palabras sin sentido, un destino que comparte con los personajes de Cosmos. Una de las últimas observaciones de Terencio, “el holocausto se avecinda” pudiera haber sido pronunciado fácilmente por el narrador de Cosmos (309).

En conclusión, la fuerte presencia de Gombrowicz y otros escritores en Obsesivos días circulares ha forzado a los críticos a calificarla como una novela atípica dentro de la obra de Sainz. En realidad, sin embargo, sus preocupaciones son las mismas de Gazapo, La princesa del Palacio de Hierro y Compadre Lobo. Cada una trata con el sentido de dislocación del hombre urbano. Terencio, a diferencia del protagonista del Invisible Man de Ralph Ellison, no encuentra ningún refugio, ni siquiera un refugio literario, que lo proteja de la confrontación con la ciudad vieja…[y] voraz” (207).

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